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No podéis –sería una comodidad intolerable– cerrar los ojos a esta realidad. No, para llenaros de pesimismo inerte e inactivo, sino para enardeceros y llenaros de las santas impaciencias de Cristo que, con paso rápido, adelantando a sus discípulos –praecedebat illos Iesus14–, hacía su último viaje a Jerusalén, para ser bautizado con un bautismo que había urgido continuamente su espíritu15.

Que haya siempre en vuestros labios y en vuestras almas una afirmación rotunda, juvenil y audaz: possumus!16, ¡podemos!, cuando sintáis la invitación del Señor: ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber y ser bautizados con el bautismo con que yo he de ser bautizado?17.

Un hijo de Dios en su Obra, aunque sereno siempre con la serenidad de su filiación divina, no puede permanecer indiferente ante un mundo que no es cristiano ni siquiera humano. Porque muchos hombres no han llegado todavía a alcanzar aquellas condiciones de vida –en el orden temporal– que permiten el desarrollo del espíritu, y están como embotados para todo lo que no sea carnal. Se les pueden aplicar las palabras de la Escritura: son hombres animales, sin espíritu18. Se cumple, en esas pobres almas, lo que lamentaba San Pablo: animalis autem homo non percipit ea quae sunt Spiritus Dei19, porque esas pobres criaturas no ven la luz espiritual, no disciernen las cosas que son del espíritu de Dios.

Notas
14

Mc 10,32.

15

Cfr. Lc 12,50.

16

Mc 10,39.

17

Mc 10,38.

18

Jds, 19.

19

1 Co 2,14.

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